Igual que el amor, el trabajo es cielo e infierno.
- Alexandra Gallego Lopera
- 20 abr 2024
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 10 feb
"Ten cuidado con el vacío de una vida muy ocupada" Sócrates
Adicta al trabajo.
¿Qué día no trabajas? Me preguntó mi hijo de ocho años al verme frente al computador un domingo. Su poderosa pregunta, junto con un problema de salud causado por el estrés y la sobrecarga laboral, me hizo darme cuenta de que era adicta al trabajo. Lo paradójico es que siempre he sido trabajadora independiente, motivada por el deseo de ser dueña de mi tiempo y estar presente para mis hijos. Sin embargo, caí en mi propia trampa. Como menciona Byung-Chul Han (2018), terminé autoexplotándome bajo el pretexto de la realización personal.

Han pasado cuatro años desde que tomé conciencia de mi adicción al trabajo. En 2021, aún en plena pandemia, el 100% de mis actividades laborales eran virtuales. Ingenuamente, pensé que el tiempo que ahorraba en desplazamientos podía usarse para trabajar más sin consecuencias. Pronto me convertí en esclava de mí misma. Durante ese año, mis pensamientos quedaron plasmados en mi diario. Estas son algunas de mis reflexiones en los momentos más críticos:
24 de agosto de 2021.
Una vorágine consume mis horas y mis días, mi tiempo, mi vida, dejándome apenas retazos de minutos para bañarme, comer o dormir. Estoy asfixiada por la abrumadora cantidad de tareas; me diluyo en el maremágnum de chats, correos, solicitudes, formularios, reuniones, alarmas y eventos en el calendario. El entusiasmo se ha ido apagando, mi pasión ya no tiene un lugar en las infinitas listas de pendientes.
Con el tiempo, mi agotamiento se transformó en un sentimiento de encierro, donde el trabajo parecía haber reducido mi mundo a la distancia entre mis ojos y la pantalla.
20 de noviembre de 2021.
He perdido la perspectiva. Llevo dos años trabajando exclusivamente de forma virtual. Ahora mi mundo se reduce a los 50 cm que separan mis ojos de la pantalla del computador. Me urge volver a mirar el horizonte, recordar que tengo sueños que no caben en estas cuatro paredes, una vida fuera del calendario de Google.
Esta rutina enfermiza no podía continuar. Sabía que debía hacer un cambio antes de que mi cuerpo y mi mente colapsaran por completo.
El justo lugar.
“Si en tres semanas no mejoras, debemos hacerte una cirugía”. Me dijo el médico cuando consulté por mi problema de salud. Tenía tres semanas para poner todo en orden, recuperar mi vida, mi bienestar físico y mental. Sabía que la solución no era la cirugía, porque si continuaba con el mismo ritmo frenético, mi cuerpo volvería a manifestar el desequilibrio. Lloré muchísimo, me sentí miserable y me obligué a hacer ajustes inmediatos. Una de las decisiones más difíciles fue rechazar una consultoría con el Ministerio de Educación. Sin duda, era uno de los retos más interesantes en los últimos años, tanto por la relevancia del proyecto como por el ingreso adicional que representaba. Pero justo llegó en un momento crucial donde debía escoger entre la vida y el delirio de “hacer más”.
Ahora me reconozco menos obsesiva con la idea de estar siempre haciendo algo "productivo". “¿Cuál es tu problema con la productividad?”, me dijo en tono de reclamo mi hija cuando le pregunté si estaban perdiendo el tiempo o haciendo algo útil. “¿Qué problema hay en que juguemos, descansemos o no hagamos nada?”, continuó. En ese momento entendí que, sí, yo tenía un problema con la inactividad. Me resultaba impensable desperdiciar la oportunidad de ser productiva; había perdido "el arte de no hacer nada" del que habla Honoré (2017).

Un nuevo significado.
Hoy me permito repensar muchas cosas y una de ellas es que no quiero volver a llenar mis días de trabajo. Para mí, el dinero es un medio para tener una vida digna, pero en estos últimos años he procurado priorizar el tiempo, es decir, la vida misma, por encima del dinero. Pensar en la muerte me ha ayudado a poner el trabajo y el dinero en su justo lugar. Me pregunto: Si muero hoy, ¿qué quisiera estar haciendo? Ubicar la muerte como una posibilidad constante me ha dado interesantes oportunidades de reflexión sobre mi vida y prioridades. Tal vez llenar mis días de trabajo era una distracción para evitar la angustia de morir, como lo explica Honoré (2017). A manera de chiste, les cuento a mis estudiantes cómo tomé conciencia de mi adicción al trabajo y cómo un día me dije a mí misma: qué vergüenza que llegue la muerte y me encuentre enviando correos y haciendo informes.
Sievers (2007) explica cómo enfrentamos la búsqueda de significado en la vida al confrontar la idea de la muerte:
"El sentido en general, y especialmente el sentido de la propia vida, solo pueden encontrarse más allá del marco. Esto significa que el sentido de la vida tiene que estar en relación con la muerte como su final, sin importar si se comparte o no la idea de una vida después de la muerte" (Sievers, 2007, p. 20).
Me he permitido acercarme a la experiencia de pensar en la muerte, de imaginar qué sucede cuando llegue, incluso de incluirla en mi afición por la poesía:
Valiente fragilidad
Niño temerario, mi amor se lanza al vacío,
a ras del suelo la muerte burlona aguarda,
y mientras tanto, yo solo miro.
¡Valiente fragilidad la de mi corazón!
La muerte no lo espanta,
él sabe que su beso frío llegará,
entonces habrá amado hasta el final
y habrá sido dichoso,
durante las mil piruetas en el aire.
Trabajar es fracasar.
Dejours (2016) sostiene que trabajar es fracasar, sufrir. Sin hacer una apología al sufrimiento, me atrevería a afirmar que vivir también es fracasar y sufrir. Nadie escapa a ello. Tanto el trabajo como el amor nos permiten experimentar la vida en su máxima expresión: pueden llevarnos al cielo o al infierno de nuestras pasiones.
Desde hace un par de años, evito responder “con mucho trabajo, gracias a Dios” cuando me preguntan cómo estoy. No quiero reforzar la creencia de que estar ocupado es el estado ideal. Como bien lo explica Berardi (2003):
"Cuanto más tiempo dedicamos a la adquisición de medios para consumir, menos tiempo nos queda para gozar del mundo disponible. Cuanto más invertimos nuestras energías en obtener poder adquisitivo, menos podemos invertirlas en el goce (...) de la vida" (p. 67).
No quiero que el trabajo me impida ser la madre de Emanuel y Laura, cuidar de mí misma, disfrutar del tiempo con mis seres queridos, la poesía, la literatura, los paisajes, la comida, el vino. Ser y hacer todo lo que me llena de vida. Después de todo, la verdadera riqueza no es cuánto trabajamos, sino cuánto disfrutamos la vida que construimos.

"Los hombres quieren volar, pero temen al vacío. No pueden vivir sin certezas. Por eso cambian el vuelo por jaulas. La jaulas son el lugar donde viven las certezas" Dostoyevski
Referencias
Berardi, F. (2003). La fábrica de la infelicidad. Nuevas formas de trabajo y movimiento global. Capítulo 2: El trabajo cognitivo en la red (pp. 59-98).
Dejours, C.; Universidad Autónoma Metropolitana [LAV UAM-I], (26 de septiembre de 2016). Conferencia Christophe Dejours "Sufrimiento en el trabajo" [video]. https://www.youtube.com/watch?v=UIdprBq9-2U
Han, Byung-Chul; Geli, C. ( 7 de febrero, 2018 ). “Ahora uno se explota a sí mismo y cree que está realizándose”. El País. https://elpais.com/cultura/2018/02/07/actualidad/1517989873_086219.html#
Honoré, C. (2017). Elogio de la Lentitud.
Sievers, B. ( 2007). Más allá de un sustituto de la motivación. Administer (11), 9-24.
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¡Divertido, útil y bien hecho!

Psicóloga de profesión,
emprendedora por convicción
profe de vocación,
mamá por amor
y escritora por pasión.
Fotografías @cpembert
Mentora de emprendedores en Corporación Mundial de la Mujer (De Mis Manos), Parque del Emprendimiento y otras entidades del ecosistema de emprendimiento de Medellín y Colombia. Docente de la Universidad de Antioquia y Universidad Cooperativa de Cololmbia. Consultora Empresarial. Mamá de Emanuel y Selene. Escritora aficionada de cuentos y poesía, he publicado tres libros Mil lunas y un delirio, Bitácora de sueños y Emprendizaje: el proceso de aprender a emprender.
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